02 noviembre 2005

87 - Capítulo ochenta y siete


Arrebol en cuatro tiempos (Foto: Daniel Mc Riley)

Capítulo 87 – OCHENTA Y SIETE
“SINFONÍA TRASHUMANTE” ® (1996) Daniel Mc Riley

IMÁGENES (SIETE) - La ignorancia y la conciencia
LA FELICIDAD DE LA IGNORANCIA

Daniel Dupont es dueño de un local bailable; sus padres le regalaron no hace mucho un apartamento céntrico. No hace mucho cambió de automóvil, y como sorpresa, llevó de paseo a su novia por grandes autopistas. Ella lo adora porque es visualmente atractivo, buen amante y experto seductor. No hace mucho decidió viajar un fin de semana al Caribe. No hace mucho despertó de un sueño profundo de veinte horas.

Solamente puedo rescatar un comentario general que hizo una noche a sus empleados. A Dupont le agrada alardear ante cualquier espectador disponible: "- ¿Vieron a la rubia del 'Alexander´?... sí, la que no usa corpiño, ésa...el viernes me la voltée como quise ...gozó como una perra en la cama... ¡Cinco polvos me mandé, cinco!...¡Ah!...¡Qué linda putita!...por suerte la bruja está de viaje con mis suegros, no me imagino el quilombo que se me armaba con estos dos chupones que me dejó acá....sí, acá... ¡Miren!...¡Es la mujer-vampiro!... cuando venga de nuevo, le preparan a la rubia un 'Séptimo regimiento´especial, así me la dejan borrachita para mí solo, eh?-"

A Daniel Dupont nada le preocupa más en la vida que encarnar la imagen que durante años construyó con precisa e inmaculada perfección.



Tormenta (Enrique Morel, Oleo pastel, 2005)

LA SABIDURÍA DE LA IGNORANCIA

El día que Doña Fidelmira Freire cumplió cien años, todo el pueblo esperó con ansiedad su tributo.
Ella era la narradora, la voz de aquel pequeño mundo perdido en todos los mapas, la cantora de los versos finales en un siglo que terminaba.

El pueblo decidió agasajarla en la escuela. Si bien la anciana era analfabeta, siempre soñó estar sentada en el sillón de la maestra.

Doña Fidelmira quiso ofrendar sus versos de despedida. Con especial dedicación, dictó durante cuatro tardes a su nieto Matías el último poema, su visión del universo y de la vida, las palabras justas para ser leídas durante el agasajo, frente a todos aquellos que la quisieron bien.

Matías leyó el mundo.

Una constelación que todavía existía en el espíritu conocedor de la abuela comenzó a relatar. Cuando el sol se ocultó, las palabras surgieron poderosas:

"1- A veces por la tarde
contemplo silenciosa
el cielo vaporoso
teñido de arrebol
escucho el manso ruido
del agua cristalina
cual música divina
que alegra el corazón.
2- Si sopla de repente
algún vientecillo blando
las flores jugueteando
se besan con amor
agitan sus corales
y dícense secretos
y el Céfiro indiscreto
repite 'Adiós, adiós'.
3- También los pececillos
se agitan en la fuente
el agua transparente
salpica en derredor
asoman sus cabezas
pequeñas y brillantes
respirando su instante
y al fin dicen 'Adiós'.
4-Escucho los gorjeos
dulcísimos y suaves
con que las tiernas aves
despídense del sol
me embriago en el perfume
del aire embalsamado
y exclamo transportado
que existe un Creador."

Todos aplaudieron, lloraron y bailaron hasta el amanecer.
El fin del mundo no es cosa de todos los días.




Cien años de Patagonia (Foto: Daniel Mc Riley, 2005)


LA RESPONSABILIDAD DE LA CONCIENCIA

Cada día guarda una secreta ley que se cumplirá en algún futuro.
Así concibe su vida Edgardo Russo, prestando cuidadosa atención a las sutiles repeticiones, a las miradas y los gestos que nadie repara, y que en cambio a él le fascinan.

Durante un viaje en tren de cercanías, Edgardo Russo se pregunta: "-¿Cuál es la señal que nos distingue? ¿Qué nos convierte en únicos frente a las felices miserias de los demás? ¿Existe alguna mirada, algún gesto, que nos separe inexorablemente del manto uniforme de la mediocridad?-"

"(...) -¿El verde que veo tras la ventanilla es el verde de la vegetación del mundo?...¿O somos apenas un tajo imperceptible sobre una superficie continua que corporiza a los otros, un tajo que nadie puede divisar?- (...)"

El viaje en tren continúa hacia algún destino, el tiempo sobra y Russo anota en su libreta privada:

"La mía es una escritura sobre el mundo, que lo atraviesa.
Por primera vez siento la solitud, sin estar solo, porque estoy en los otros.
Estoy en mi isla, sobre un océano que acaso nunca llegue a comprender en sus rituales, en sus secretos movimientos.
El océano es la gente del mundo.
Y yo mismo soy una isla deslumbrante fuera del horizonte.
Por eso siempre quise navegar: el día que yo deje de ser un niño, dejaré de ser un hombre.
Soy el niño más feliz de la Tierra."

Edgardo Russo finalmente se baja en una estación donde nadie viaja.

Un perro del andén olfatea sus zapatos y se ríe.



San Galgano, Italia, escena de la catedral del film "Nostalghia" de Andrei Tarkovski




1 comentario:

Debret Viana dijo...

paso apenas por aquí. no he tenido tiempo de recorrer demasiado aun, de saborear. agradezco las palabras que has dejado en mi página. y estoy encantado de encontrar un espacio de belleza en un oleaje tan hostil como esta virtualidad.
saludos